viernes, 13 de enero de 2023

La ciudad vacía (libro de cuentos)

 

DISPONIBLE EN TODAS LAS PLATAFORMAS DIGITALES 
(GRATIS HASTA EL 31/01/2023)


SINOPSIS: Cosas extrañas suceden en la Ciudad de los Sauces, a pocos kilómetros de Buenos Aires; cosas para las cuales no hay ninguna explicación racional.
Se dice, por ejemplo, que el diablo visita los bosques circundantes cada cien años, que el río está habitado por algo siniestro, que horrendas criaturas devoran el ganado… Para alguien de afuera, sin embargo, estas historias pueden parecer tan insustanciales como el propio pueblo y sus habitantes.
Presentados como único testimonio de un lugar que ya no existe, estos relatos se inscriben dentro de la tradición de Poe, Lovecraft y Borges. En ellos, los protagonistas se enfrentan a situaciones que desafían toda lógica, capaces de arrebatarle la cordura a cualquiera.

domingo, 13 de noviembre de 2022

Cuento "La inspiración"

 


En memoria de Alberto Laiseca



            La mujer sonríe desde el escenario, sus ojos brillan e irradian alegría. El silencio despierta y se inunda el teatro de una solemne espera. De alguna u otra manera, todos saben lo que viene. Y así empieza.

            Al lado mío, un hombre de semblante serio y una mirada un poco triste, un poco tierna. Un tupido bigote y, en sus gestos, las facciones sombrías que delatan la experiencia. Sonríe de vez en cuando; entristece su rostro con la misma facilidad. Sin embargo, a pesar de admirarlo, mi atención, la suya y la del resto del público se concentra en la pianista.

            Así pasan los segundos, como interpretando una danza. Las butacas del Colón son colchones de nubes y el techo, un cielo amplio que devora el sonido de las cuerdas, lo regurgita y lo transforma en un manjar de melodías. De todos modos, todos los presentes sabemos que no sería lo mismo si las manos que danzan sobre las teclas no fueran las de la misma Marta Argerich. Ella tiene su magia y el Colón es la receta.

            Después del recital, después de los aplausos y la salida, otra vez la tristeza. Mi alma es un misterio, una masa de neblinas que nadie comprende, pero la de aquel hombre que estaba al lado mío era peor, más extraña y misteriosa. Su tristeza me llamaba y no podía evitarlo.

—Un gran concierto —afirmé mirándolo a los ojos.

—Marta siempre nos da un gran concierto —contestó él con una sonrisa complaciente mientras se levantaba. Caminé a su lado para seguir la conversación y continué con mi discurso.

—Lo admiro, Alberto —le dije al escritor mientras caminábamos—, pero nunca supe que le gustara la música clásica.

—La detesto —respondió él con un gesto firme y despectivo—. Nunca me ha gustado.

            La sonrisa volvía a ser complaciente en su cara, pero yo tenía grandes gestos de sorpresa. Él lo notó, obviamente, y, antes de que pudiera interrogarlo, me contó su historia.

—Mirá, flaquito, yo estudié piano cuando era joven. Fueron años muy duros. Años que a veces quisiera olvidar, pero es evidente que no puedo.

            Afuera del teatro, el sol había desaparecido, tragado por el horizonte, y las luces de la ciudad parecían las de otro concierto, desafinado por los bocinazos y los gritos de nuestra porteña Babilonia. Mi sentimiento de nostalgia generaba una polifonía junto a las palabras de Alberto.

            —Diez años de agonía —continuó él—. Entre compases de amargura, ¡ja, ja, ja! Una tortura. Papá decía que yo tenía manos para ser pianista, dedos largos y delgados. Las manos de un monstruo. Yo pensaba lo mismo, pero odiaba aquellas clases aburridas. Mi profesor era un ogro, disfrutaba cada error que cometía; cada nota errada era una excusa para denigrarme. A veces, por las noches, yo imaginaba que se escondía debajo de mi cama y que sus horrendas manos de pianista salían de la oscuridad, me agarraban de los tobillos y me arrastraban, ¡ja, ja, ja!

            Entre risas y toses, Alberto encendió un cigarrillo y continuó hablando. Yo lo escuchaba entretenido y con sorpresa, mientras caminábamos por las veredas de un ruinoso Buenos Aires que, por momentos, parecía enmudecer para escuchar su historia.

            —Llegué a odiar a Mozart, maldije a Scriabin. La Quinta Sinfonía de Beethoven era para mí la quinta tortura, ¡ja, ja, ja! Odié los pentagramas y las notas. Odié a mi profesor; pero, lo peor de todo, llegué a odiar a mi padre. Mi único consuelo era interpretar la Marcha fúnebre de Chopin, imaginando que daba un concierto en su velorio.

            Por la mirada del escritor cruzó una profunda sombra que yo ya conocía. Una tristeza amarga de un odio encarcelado e impotente junto a los temores de la vida. Pero guardé silencio y él continuó hablando.

            —Durante años —dijo gesticulando con las manos—, tuve pesadillas horrendas que, aún a veces, sigo teniendo. Soñaba que estaba condenado a tocar infinitamente un piano de cola enorme con miles y miles de octavas. Yo debía llegar hasta la última tecla. Mis brazos eran los brazos de un títere; yo no los controlaba, los movía la misma Muerte. La Muerte era enorme, un titiritero gigante que me manejaba desde arriba y, a su lado, estaba mi padre, riendo a carcajadas que sonaban como un eco atroz y abominable que tapaba, incluso, las melodías que mis manos interpretaban. Ese sueño, o esa pesadilla, cada vez era más y más horrenda. La partitura se transformaba en enigmática y terrible. Empezaba con negras y, a medida que avanzaba, pululaban corcheas, semicorcheas y fusas. Pero yo las debía tocar y las tocaba. Cada vez era más difícil y doloroso, hasta que me daba cuenta de que las notas estaban escritas con sangre, y no cualquier sangre, sino con la mía. Y las hojas de las partituras estaban hechas con piel, y no con cualquier piel, sino con la mía. Entonces, me daba cuenta de que mis brazos estaban pelados: eran solo huesos. Miraba hacia la izquierda, hacia las notas graves, y veía cómo las cuerdas del interior del piano se iban cortando y transformándose en horrendas serpientes que salían por debajo y se devoraban mi carne. También sabía que, cuando llegara al final, a la última nota, iba a morir.

            Suspiró y después le dio otra pitada al pucho antes de seguir hablando. El aire era más denso que nunca y me daba la sensación de estar escuchando al mismísimo Roderick Usher a punto de confesar sus terrores.

            —Me despertaba horrorizado —continuó Alberto—. Con las manos entumecidas. Esas largas y horrendas manos de pianista, ¡ja, ja, ja! Pero, después de un rato, cuando me tranquilizaba y analizaba el sueño, me daba cuenta de que, desde un principio, desde la primera nota, yo ya estaba muerto. Por el solo hecho de estar obligado a hacer algo que, con toda mi alma, detestaba.

            —Y... entonces... ¿Por qué sigue viniendo al teatro, Alberto? —pregunté sorprendido por la historia de aquel hombre misterioso y rodeado de sombras, que fumaba sin cesar mientras sus ojos parecían los de un monstruo en cautiverio; quizás, en una cárcel de carne y huesos, de sentimientos, miedos y desolaciones.

            Él me miró con una gran sonrisa decorada con el humo y su tupido bigote. Levantó los brazos y, con su voz ronca y perspicaz, me dijo:

            —Porque los mejores escritores somos grandes masoquistas.



Cuento premiado con "segunda mención de honor" por la Asociación Siciliana Zona Norte (2022)


sábado, 14 de mayo de 2022

Owdden y Los Seres De La Oscuridad (Capitulo 1)

 


“El encuentro”


  Todos buscaban un fin, una luz al final del túnel, quizás alguna señal. Owdden tenía en cuenta que no existía un final para él, al menos por ahora, pero eso ya no le importaba. En la fría oscuridad de la noche, el tiempo se alargaba más de lo normal. Él caminaba incansable, con pesados pasos y sus botas de cuero, por las calles semi desiertas del lugar que había sido su universo, o su laberinto, el Oscuro Mundo. Allí, su única compañera era la niebla, como lo había sido durante mucho tiempo, ya era parte de él.

   Owdden era rústico. Su ropa vieja, sus botas, su sombrero de cuero. Ninguna otra arma además de una daga de probablemente ochocientos años de antigüedad colgando en su cintura, una reliquia de mango de plata con grabados ornamentales. Su mirada fría, pasiva y sus sentidos siempre alerta. En su cara no asomaban sonrisas, ya se habían borrado hace tiempo. Ahora seguía un pálpito, por primera vez su sexto sentido había despertado en él una esperanza y caminaba tras ella.

   En aquel pasaje no existía nada más que su sombra, proyectada por las tenues luces de la avenida Morb, que emanaba unos extravagantes faroles de metal forzado que se mantenían encendidos las 24hs ya que, para aquellas tierras, el sol ya no alumbraba como antes. Los días y las noches eran casi lo mismo, sólo que las noches a diferencia de los días, eran muy frías. Él vagaba y veía sólo su sombra, sólo su sombra y algún que otro gato callejero que paseaba despreocupado cada tanto por aquellas calles.

   La noche era joven, y al disiparse la niebla, las estrellas brillaron imponentes en los altos cielos del Oscuro Mundo. Él buscaba algo, algo que hace tiempo buscaba, pero no había logrado encontrar nunca. Algo que era su salvación y que buscaba intensa e incansablemente, pero no había podido encontrar. Sin embargo, sin saber bien por qué, tenía el presentimiento de que lo que buscaba estaba demasiado cerca, más de lo que él creía.

   En el medio de la desolada oscuridad escuchó un doloroso grito, que luego se transformó en un gemido que se desvaneció en el tiempo. El frío de la noche se intensificaba cada vez más. Dobló sin titubear la esquina y la vio: ella estaba ahí, estática, como un fantasma en la aterciopelada oscuridad. Con el cabello del color del sol que hacía mucho que no conocía aquel mundo. Sujetaba a un hombre entre sus brazos y la piel de aquella mujer era extremadamente pálida, pero a él no le sorprendió, su piel era igual.

   El hombre que ella sujetaba permanecía también inmóvil. Cuando pudo vislumbrar lo que en realidad sucedía, se dio cuenta de que había encontrado algo interesante: ella estaba bebiendo la sangre de aquel infeliz sujeto.

   En ese momento, el mundo fue un silencio. Owdden permaneció inmóvil frente a ella que, sin dejar de alimentarse, lo miró fija y atentamente a los ojos. Los ojos de la mujer eran oscuros, completamente negros, pero demasiado intensos. La víctima cayó consumida sobre el frío suelo y ella sin muestras de sobresalto ni precaución, con la voz dulce y suave de una adolescente preguntó:

   — ¿Quién eres? —. Después de unos instantes de silencio agregó —No hueles igual que los demás, y tampoco logro escuchar el latido de tu corazón, acaso…

   Su expresión cambió completamente, sus ojos se agrandaron y las muecas de su boca desaparecieron. Con sorpresa y asombro continuó con su pregunta.

   — ¿Eres inmortal?

   —Mi nombre es Owdden respondió él— Y juro que hace tiempo que te estaba buscando—. No mentía.

   Estaban solos, abrigados por el silencio de la noche. Respiraban en cámara lenta y suavemente movían sus párpados y sus labios en una retardada escena de mudo cine inglés.

   — ¿Y cómo me encontraste? preguntó ella totalmente intrigada.

   —Viajando, caminando, callejón tras callejón—. Le mostró una pequeña sonrisa complaciente a la que ella respondió con una sutil desconfianza. No pudo contener su alimentada ira y la dulce voz se tornó una desgarrada súplica.

  — ¿Y qué es lo que quieres de mí, acaso te sirve de algo un animal que se alimenta de sangre? ¿Una horrible criatura condenada a divagar por las sombras durante toda la eternidad? ¡Responde inmortal! ¿Acaso aliviarás mi sufrimiento?

   Él no respondió, sólo se limitó a sonreír. Su sonrisa se mostró fría y torcida, mientras su mirada se escondía bajo la sombra del sombrero de cuero que decoraba su cabeza. Era todo lo que necesitaba escuchar: ella era una más, era una no muerta más como todas las que habían caído en sus asesinas manos.

   Un negro y desprolijo gato llegó al lugar y fue testigo de todo, sin asustarse, sin aburrirse. Owdden se acercó sin pensarlo y la tomó fuertemente del cuello con sus gélidas manos y entonces, con su voz agrietada dijo indiferentemente:

    —Te aseguro que acabaré con tu sufrimiento.

    Apretó su cuello con todas sus fuerzas, mientras la cara de la no muerta se llenaba de furia y mostraba sus blancos y filosos colmillos.

   Luchando por su vida, con un gran esfuerzo y su voz ahogada preguntó: — ¿Por qué quieres acabar con mi vida, inmortal, si eres de los míos? —. Él levantó su cara y la miró a los ojos. Luego levantó sus labios superiores lentamente, como si gruñera, y demostrando que sus colmillos eran normales, sentenció: ¡Gracias al cielo no soy como tú!

   Estuvo a punto de acabar con su existencia, arrancándole la cabeza con su tenaz fortaleza, pero pronto se distrajo observando más debajo del cuello de la dama, en su desabrigado pecho, y entonces enmudeció. No eran sus enormes senos lo que lo paralizó, sino el tatuaje que ella llevaba en uno de ellos. Ese viejo e intrigante tatuaje que ya había visto tan sólo en dos ocasiones. El tatuaje que cambió el rumbo de su decisión. Eran letras negras y pronunciadas, una X seguida de una T, ambas letras con círculos en sus extremidades y un brillo inexorable.

   –Az… dijo el inmortal pensativamente, como si un recuerdo de esperanza hubiera vuelto del pasado para acariciar su alma. Sus ojos se abrieron aún más, mirando un punto fijo en la nada y su expresión fue inocua.

   La arrojó con desprecio hacia un costado, en dónde se encontraba el testigo felino que maulló asustado y se dio a la fuga. Se encontraron solos en el silencio abrumador. En otro tiempo él no hubiera querido permanecer demasiado tiempo en ese lugar, las noches en el Oscuro Mundo no eran para cualquiera, él lo sabía muy bien, pero ya no le preocupaba.

   —El tatuaje de tu pecho izquierdo, ¿Qué significa? Preguntó dándole la espalda y mirando la oscuridad abismal de un callejón sin salida, como quien mira el horizonte, pensativo y abstraído.

   — ¿Qué demonios? No es un tatuaje dijo ella entre toses con su dulce voz Es una marca de nacimiento y no tiene significado alguno—. La voz de Owdden sonó lejana pero segura al decir que lo imaginaba.

   —Estás desquiciado, ¿Sabías? dijo ella mientras se incorporaba del suelo acariciando su dolorido cuello. No podía entender lo que estaba sucediendo, sabía de la existencia de otras criaturas que merodeaban por el Oscuro Mundo, además de los humanos, pero sólo los vampiros como ella eran inmortales. También era sorprendente el hecho de que aquél extraño, robusto y anticuado hombre que estaba frente a ella superara la fuerza de un no muerto, pero lo más intrigante y preocupante era el hecho que la había querido asesinar, y se había arrepentido.

   Las interrogantes se abrieron paso en la cabeza de la joven vampiresa. ¿Quién es este extraño? ¿Por qué caza vampiros? ¿Habrá acabado con todos los vampiros que yo estuve tratando de encontrar durante años? ¿Por qué no me mató? Todo el torbellino de preguntas en su cabeza se difumó, aunque en realidad se intensificó hasta un punto que parecía haber desaparecido convirtiéndose en un solo e inmenso desentendimiento cuando el hombre barbudo vestido de botas y chaqueta de cuero pronunció un nombre. No cualquier nombre, un nombre muy, muy especial.

   —Bianca.

   Su voz era serena. Giró su rostro lentamente hacia ella y repitió, pero esta vez en forma de pregunta.

   — ¿Bianca?

   Ella se entumeció. Hacía muchos años, tantos que ella no sabría exactamente cuándo fue la última vez que alguien había pronunciado su nombre. Casi había olvidado que alguna vez, había tenido un nombre y que ese nombre era hermoso, era Bianca.

   — ¿Co... ¿Cómo es que sabes mi nombre? ¡¿Quién demonios eres?! Su voz volvía a salir de su aniñada dulzura para convertirse en un feroz alarido. Él no se conmovió.

   —Eres fácilmente alterable, ¿Lo sabías? —. Bianca, no supo si sonreír o enfadarse, ante la duda, no hizo ninguna de las dos cosas, sólo espero una respuesta. —Tienes mucho para saber, pequeña —. Dijo Owdden mirando profundamente los negros ojos de aquella quebrantable no muerta y luego, mirando todo el oscuro paisaje de alrededor, agregó—. Pero no aquí. Este lugar es peligroso... incluso para los inmortales. 


EN WATTPAD: https://www.wattpad.com/story/310584552-owdden-y-los-seres-de-la-oscuridad


miércoles, 9 de diciembre de 2020

Tengo

 


Tengo un gran defecto: es la esperanza.
Nacida de mi fondo, mis entrañas;
icónico silencio de un pasado,
fingiendo no existir, ya para siempre.
Tengo cien luciérnagas quebradas
Y el vuelo de mil aves en mi pecho;
un fuego congelándome los huesos; 
diez noches de dolor, desolvidadas.
Y sin embargo ese defecto: mi esperanza.
Un sueño baladí, una carnada;
Un gran agujero negro, una avalancha
de besos por morir, mi equivocada
idea de seguir buscando un hueco
que tenga tu mirada.
Y mi alma.
Tengo algunas voces que me hablan.
Y otras, simplemente callan.


viernes, 17 de agosto de 2018

Será el Apocalipsis



Cuando el ardor depure nuestra carne 
del alma que jamás se le despega 
las aguas que Caronte fiel navega 
el mundo inundarán. Cuando reencarne 

el rey de los inviernos con su amada 
Perséfone abatida, la robada 
muchacha que ascendía en primaveras, 
por siempre marchitando en las primeras 

pisadas del otoño irán sus rostros. 
Perdido eternamente entre las guerras 
del mundo sepultado que nos come 

camina aquél ejército de monstruos, 
del fondo del abismo hacia las tierras. 
El fin comenzará cuando se asome.



Del libro "Funesto" (Libróptica 2014)

lunes, 6 de agosto de 2018

Soledades tan perfectas




Azules pensamientos se marchitan 
en ésta soledad desorbitada. 
La luna se durmió, desorientada; 
silencios que las noches precipitan. 

¿Y dónde está el amor? Si necesitan 
motivos: tengo el alma disecada, 
un sueño baladí, desdibujada 
la cara y la razón me la debitan. 

Las nubes que reflejan mi tristeza 
pronto me llorarán, como si nada 
pudiera detener éste angustioso 

sentido del dolor, en mi cabeza 
no existe más lugar para la ansiada 
historia del amor no doloroso.



Del libro "Funesto" (Libróptica 2014)

miércoles, 1 de agosto de 2018

Lluvias




Bajo la sombra oscura de tu llanto 
se escurren las sonrisas que en las lluvias 
pasadas relucían sin penurias, 
más ahora se retuercen del espanto. 

La hiel devorará todo el encanto 
guardado en tu mirada seductora 
que bien me iluminó; pero que ahora 
desgarra en refucilos. Me amedranto. 

Abriste sin temor esta tormenta, 
sentiste el torbellino haciendo daño 
y anclaste sin temerle a la marea. 

Si causa soy, mujer, de tu hambrienta 
y fiera pesadilla, no sea extraño 
que ciego el corazón ya no me vea.



Del libro "Funesto" (Libróptica 2014)

jueves, 26 de julio de 2018

Después del accidente



  Aquél grito lo sacó de su ensueño. Era de noche y los pasillos del hospital estaban vacíos. Intentó llamar a la enfermera, pero fue inútil: el hombre que murió aquella tarde, había regresado.

domingo, 22 de julio de 2018

La pianista



  Desde hace tiempo, incluso años, cada vez que me es posible, duermo escuchando Chopin. Quizás Scriabin, Mozart o Beethoven, pero prefiero Chopin. Y escribo, de vez en cuando escribo. Bien o mal, pero lo hago. Y me libera. También leo: Benedetti me habla siempre, y me habla de vos. Él lo sabe y yo lo sé. Y me da la sensación de que en el fondo, vos también sos parte de ese silencio. Porque aunque aún no seas parte de mi vida, estás ahí. Y yo estoy acá: imaginando tu voz femenina, imaginando tus dedos sobre el piano, imaginando tus ojos leyendo. Y por ahora, eso me basta. Porque como él también (o tan bien) lo dijo: "Es tan lindo saber que usted existe".

martes, 17 de julio de 2018

Si te amo, me condeno



Si he de soñarte es mía la desdicha. 
Contenta al corazón toda esperanza, 
aún más si es en tu piel donde descansa 
la idea de encontrarme con la dicha. 

Si he de soñarte es mío el desencanto 
de hallarme en un abismo en el buscarte, 
tener desilusión como estandarte 
y ahogarme el corazón en este espanto. 

Si sueño con tenerte me condeno 
a ser un desgraciado en mis visiones 
y hacer de esta ilusión un cruel veneno. 

Más siempre perderé mis corazones 
y siempre mi calor será el ajeno 
en cada renacer de mis pasiones.



Del libro "Funesto" (Libróptica 2014)

viernes, 16 de septiembre de 2016

Vivir




Si de dolor se cubren tus sonrisas
o el maquillaje de hoy es de tristeza;
si la nostalgia opaca tu belleza
o se te caen las fuerzas de rodillas.

Si el corazón se torna somnoliento
o tu sangre perdió la ligereza;
si despertar mañana no interesa
o si murió el perfume de tu aliento.

No olvides que la vida es pasajera
y el viento siempre lleva los pesares
que el tiempo siempre cura y que los mares

de lágrimas se secan, la primera
razón para vivir va dentro nuestro
y solo el corazón es tu maestro.




Del libro "Funesto" (Libróptica 2014)

martes, 13 de septiembre de 2016

Guerra




Empuña bien tu hierro, note asombres
si el vil contrario ataca por la espalda;
heridas sangrarán, puede que arda
en tu pecho el rencor, cuando lo nombres.

Más nunca elegirás un buen soldado
que jure su lealtad y la respete;
y sueñen sueños juntos, que concrete
el trozo que te ahueca en el costado.

Si luchas por amor serás vencido,
si luchas por la patria, irás honrado.
Mas nunca olvidarás lo que has sufrido,

y puede que jamás seas escuchado.
Tan sólo soñarás haber vencido
mas nunca lograrás haber ganado.



Del libro "Funesto" (Libróptica 2014)

viernes, 9 de septiembre de 2016

Corazones yermos





Los lúgubres senderos me destierran
a un mundo solitario y más sombrío;
la estepa que incrementa con el frío
de nuestros corazones que se cierran.

Quisiste abrir caminos que pusieran
en juego tu temor y en el umbrío
terreno de mis besos, el rocío
de tu alma no dejó que éstos crecieran.

Profundo en ese valle tempestuoso
se hundió nuestra ilusión de ser amados;
quedamos sin aliento y abatidos 

de pena agonizante en el musgoso
sarcófago del alma y olvidados;
asqueados del amor que prometimos.




Del libro "Funesto" (Libróptica 2014)

lunes, 5 de septiembre de 2016

Un creyente (George Loring Frost)



Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:

-Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
-Yo no -respondió el otro-. ¿Y usted?
-Yo sí -dijo el primero, y desapareció.

FIN


NOTA: George Loring Frost nació, supuestamente, en Brentford, Inglaterra, en 1887, y este cuento, supuestamente, pertenece a su libro Memorabilia (1923). Y fue incluido en la Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo [Bogotá, Editorial Sudamericana, 1994]. 
Pero todo parece otra bella jugada borgiana: Frost no aparece en la literatura inglesa y, en cambio, tiene las mismas iniciales del nombre de Borges; los títulos que le atribuye a Frost son típicos del léxico borgiano, incluido aquel de donde dice haberlo tomado, Memorabilia. Y, finalmente, Borges no le colocó fecha de muerte a Frost, siendo tan riguroso en sus notas. Otro misterio.


viernes, 2 de septiembre de 2016

Funesto




Mordiendo con tus besos vas sin nada
que perder, pues ayer ya lo has perdido.
No existe ni razón ni un buen motivo
que alegre al corazón de madrugada.

Vacíos van tus ojos; desvelada
tu alma se acomete en el olvido
soñando alguna vez haberte ido
detrás de aquél dolor, de aquella espada.

¡Que duro que es perder lo mas amado!
y triste es despertar sin ver al lado
esa única mitad que has elegido.

No entiende el corazón, equivocado:
ya nunca volverá, ya es un pasado
sombrío, solitario y sin sentido.


Del libro "Funesto" (Libróptica 2014)